El castigo es una herramienta que forma parte de la educación en muchas familias y los padres lo aplican cuando quieren corregir una conducta inadecuada o para determinar con un conflicto.
Pero, realmente, ¿por qué castigamos? Unas veces queremos cortar en el momento y de forma rápida una conducta o comportamiento. El castigo nos da a los padres la senasación de poder, de estar por encima de ellos. Otras veces, lo usamos porque no tenemos más herramientas y no sabemos qué hacer para terminar con esa situación o conducta. Es lo que hemos aprendido en casa y lo seguimos aplicando con nuestros hijos.
Realmente, el castigo tiene el poder de corregir un comportamiento en segundos. Esto es así porque se acciona en ellos el mecanismo de obedecer por miedo a que me vuelvan a quitar el móvil, a que no me dejen salir… pero no por haber entendido la importancia de corregir la inadecuado de una conducta.
Sin embargo, tiene también el poder de justificar nuestra importancia como padres, nuestra rabia y frustación. Nos da el poder de pensar que para que nuestros hijos aprendan algo, primero hay que hacerles sufrir por lo que han hecho con un castigo que les duela. Olvidando que nuestro trabajo como padres es orientar la conducta y no «vengarnos» por lo que hayan hecho. Olvidamos enseñarles que aprendan de la situación en vez de pagar por ella.
Como dice Jane Nelsen en su libro «¿Cómo educar con firmeza y carino?» «De dónde sacamos la loca idea de que para que los niños mejoren primero tenemos que hacerles sentir pero».